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El toro alado de Nínive, una de las obras más
simbólicas del arte mesopotámico, ha sido una
de las representaciones artísitcas destruidas
por este grupo radical. |
Hace pocos días, se difundió en prácticamente todos los medios de comunicación
un vídeo con unas duras imágenes para todos aquellos que amamos el arte, sobre todo el relacionado con las civilizaciones antiguas. Yo, admito que, personalmente, no fui capaz de verlo al completo: el dolor que me produjeron las imágenes en él contenidas me hizo pararlo aproximadamente tras diez segundos de visualización. En dicho vídeo, aparecía un grupo de milicianos golpeando con mazas y agujereando con taladros obras milenarias que se encontraban en el museo de Mosul, una ciudad norte de Irak. Los líderes del grupo organizado extremista suní que ha llevado a cabo esta acción han asegurado que era un acto premeditado y que seguirán actuando de la misma forma en distintos puntos del país si el Estado Islámico no les da aquello que reclaman: gobernar sin oposición sobre todos los musulmanes del mundo. Ésta no ha sido su única intervención destructiva, ya que tan sólo una semana antes del ataque al museo, quemaron y destruyeron cientos de libros, entre ellos ejemplares únicos y originales, que se encontraban en la biblioteca central de ésta misma ciudad.
La reacción a esta noticia fue inmediata. Mi posición ante la guerra coincide con la de la mayoría de la gente que conozco: una posición completamente en contra, un rechazo absoluto. Pero si añadimos a este factor de guerra un factor que, en mi opinión y según mis intereses, tiene un peso muy alto, como es la destrucción de obras ancestrales, el rechazo es aún mayor. Esta gente no se conforma con destruir familias enteras, arrasar pueblos, ciudades, y todo lo que encuentran a su paso, sino que además nos quitan los recuerdos de nuestro pasado.
A este ritmo, ¿qué nos quedará dentro de cincuenta años?
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