Hace varias semanas tuvo lugar lo que en España se conoce como la "Semana Santa". Es una fiesta puramente religiosa y cristiana donde, en mi opinión, se respira un ambiente de gran devoción y admiración hacia ciertas imágenes de la Virgen o de Cristo, sobre todo en algunas ciudades del país, como por ejemplo Sevilla y toda la zona andaluza. En estos lugares, las personas que pertenecen a las diferentes hermandades ensayan durante todo el año para que el día que salgan a la calle cargando a su virgen o cristo, salga todo perfecto. Son muchas horas de trabajo que no quedan reflejadas en el paso en sí, pero que todos podemos apreciar cuando vemos a muchos de ellos llorar si los pasos no pueden salir a la calle por el mal tiempo o cuando oímos una de las famosas saetas que cantan cuando pasan las imágenes religiosas. En mi opinión, el trabajo de estas personas es digno de admirar, ya que muchos de nosotros no seríamos capaces de aguantar por fe veinte kilos (o más) a la espalda durante cuatro o cinco horas que puede llegar a durar una procesión, añadiendo a esto todo el tiempo previo de ensayo.
Sin embargo, también es muy alto el número de personas que acuden a las procesiones por simple disfrute: No son plenamente devotos de una determinada imagen, sino que asisten por otros motivos, como ver el arte representado en los pasos, oír a las distintas bandas que acompañan a los cofrades, ver a algún amigo o familiar que carga los pasos... Muchos de ellos son ateos, por lo que no encuentran a esta celebración un sentido religioso, y acuden también por estos motivos.
Creo que ambas posturas ante esta celebración son plenamente respetables. Cada uno debería saber cuáles son sus intereses, y saber que no todos pueden pensar de la misma forma. La riqueza de ésto está en saber qué es lo que espera recibir cada uno con lo que está haciendo: alimentar la fe o dar placer a la vista con el arte representado.
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